lunes, 11 de enero de 2010

¿Pensamos?

Mis ganas de ser filósofa han aumentado considerablemente. Lo que más me gusta, es que para serlo hay que pensar. Algo que me parece fundamental y tremendamente interesante. El problema, es que tenemos pánico a pensar. Lo que podemos encontrar en la reflexión de nuestra vida igual no nos gusta demasiado, por eso muchas veces huimos del recuerdo, de la reflexión. La consecuencia de esta actitud pasiva podría ser una vida vacía, un pensamiento superficial, sin fondo. Cuando creo que en el presente vivimos del pasado y forjamos el futuro, por eso es fundamental ahondar en la interioridad de cada uno sin miedo. “Cada uno es como quiere ser” tendremos lo que forjemos ahora, así que es rentable pensar un poco, aunque solo sea por asegurarnos un futuro más o menos digno.

También es cierto, que el ambiente no acompaña. Vivimos en el mundo de la imagen, de la información inmediata, de los estímulos constantes. Por eso creo que ahora son pocos los que se dedican a pensar. Para la mayoría, es una pérdida de tiempo. Para qué vas a pensar si ya piensan otros por ti. Si enciendes la televisión, ya te dicen lo que tienes que comer, qué tienes que comprar, a donde te tienes que ir de vacaciones y muchas cosas más. Es lo triste, que dejamos que decidan por nosotros sin reparar en las consecuencias y mucho menos en lo que nosotros mismos opinamos.

¿Por qué no pensamos? ¿Nos da miedo descubrir lo poco que somos y lo poco que sabemos?
Sin embargo, para ser buen filósofo no llega con pensar, hay que estar “dispuesto a cambiar”. Esto significa que hay que ser humilde para reconocer los propios errores y poder ir mejorando en aquello en lo que fallamos. Ser humilde es reconocer las virtudes para poder aprovecharlas al máximo y los defectos para poder corregirlos. Me parece una tarea apasionante y muy práctica porque para poder conocer y querer a los demás, primero lo tenemos que hacer con nosotros mismos y el hombre es un ser social que vive en relación con los que le rodean.

Pero esta humildad se traduce en el buen aprendizaje. Aquel que cree saber mucho nunca aprenderá y en mi opinión, el que cree saber mucho tampoco debe de pensar demasiado. No hace falta hacer muchos esfuerzos para que uno se de cuenta de que su capacidad es limitada y de que en realidad se sabe mucho menos de lo que se cree.

A la hora de aprender también hay que atender, prestar atención en lo que se lee, en lo que se escucha, en lo que se ve. “La actitud atenta que es necesaria para desarrollar un trabajo intelectual es fruto de la paz interior, del sosiego del alma”. Yo entiendo perfectamente que los jóvenes no atiendan ni presten atención a lo que hacen. Porque no tienen paz. Y ya no solo los adolescentes del instituto, sino también los ‘adolescentes’ universitarios. No tienen paz, no viven tranquilos. Para eso hay que conocerse, saber lo que se busca, tener claras las metas. Nos dejamos llevar por el día a día, lo que tenga que venir que venga, pero no voy a pensar en el futuro porque me canso. Y porque como vea algo que no me gusta me asustaré, porque tendré lo que forjo ahora.

Hay que aprender a aprender, aprender a reflexionar, aprender a tener un orden interno que nos ayude a vivir en armonía con lo que pensamos, con lo que queremos, con lo que sentimos. Una convivencia pacífica entre voluntad, razón y corazón. Por nuestro bien ya no solo físico y psíquico, sino también intelectual. Porque aprendiendo, es como se disfruta de todas las posibilidades que te ofrece la vida.

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